El capitalismo y la desigualdad
DE CÓMO EL CAPITALISMO GENERA DESIGUALDAD
El Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus constata las fracturas del capitalismo y vislumbra un nuevo sistema económico emergente en su libro ‘Un mundo de tres ceros’ (Paidós): pobreza cero, desempleo cero y cero emisiones netas de carbono.
Muchos rasgos específicos del paisaje financiero y político de nuestros días han contribuido a la concentración de la riqueza. Pero lo cierto es que la concentración de la riqueza constituye, básicamente, un proceso incesante y prácticamente inevitable en el sistema económico actual. Contrariamente a la creencia popular, los más ricos no son necesariamente unos malvados manipuladores que han amañado el sistema mediante el soborno o la corrupción. En realidad, el sistema capitalista actual opera en su favor. La riqueza actúa como un imán; y el imán más grande atrae de forma natural a los más pequeños.
Así es como está construido el sistema económico imperante en nuestro mundo. Y la mayoría de la gente otorga su apoyo tácito a este sistema. La gente envidia a las personas muy ricas, pero normalmente no las ataca.
En cambio, a los pobres, carentes de imán, les resulta difícil atraer algo hacia ellos. Las fuerzas unidireccionales de la concentración de riqueza continúan modificando el gráfico de la riqueza, convirtiéndolo en un muro que se eleva hacia el cielo en el porcentaje más alto de la escala de la riqueza, en tanto que las columnas que representan al resto de la población apenas se elevan sobre el suelo. Una estructura como esta resulta insostenible. Tanto social como políticamente es una bomba de relojería, que en su momento destruirá todo cuanto hemos creado a lo largo de los años. Sin embargo, se trata de una realidad aterradora que ha cobrado forma en nuestro entorno, mientras estábamos atareados con nuestras vidas cotidianas, ignorando las señales de advertencia.
«La visión neoclásica del capitalismo no ofrece solución alguna a los problemas actuales»
[…] Desde que apareció el capitalismo moderno hace unos doscientos cincuenta años, la concepción del libre mercado como un regulador natural de la riqueza se ha aceptado de forma generalizada.